¿La enfermedad celíaca afecta a la absorción del hierro?
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El intestino delgado de los niños, al igual que el de los adultos, está diseñado para tener una baja cantidad de bacterias. Sin embargo, en algunas circunstancias, estas bacterias pueden crecer en exceso y alterar el funcionamiento digestivo. Es lo que se conoce como SIBO (por sus siglas en inglés: Small Intestinal Bacterial Overgrowth), o sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado.
Aunque durante mucho tiempo se ha considerado un problema más habitual en adultos, el SIBO también puede aparecer en niños, y cada vez se reconoce con más frecuencia en la práctica pediátrica.
El SIBO ocurre cuando hay una proliferación anormal de bacterias en el intestino delgado, un tramo del aparato digestivo que, en condiciones normales, contiene muchas menos bacterias que el colon. Este desequilibrio puede afectar la digestión y absorción de nutrientes, provocando molestias digestivas persistentes y otros síntomas.
Las bacterias en exceso fermentan los azúcares de los alimentos, generando gases y otros subproductos que alteran el tránsito intestinal.
En la infancia, hay varias situaciones que pueden favorecer este desequilibrio bacteriano:
• Alteraciones en la motilidad intestinal, como en niños con enfermedades neurológicas o problemas del tránsito.
• Uso prolongado de antibióticos, que puede alterar la microbiota intestinal y permitir el crecimiento excesivo de algunas bacterias.
• Cirugías o malformaciones intestinales, que alteran la anatomía o el movimiento natural del intestino.
• Baja producción de ácido gástrico, que normalmente ayuda a controlar la entrada de bacterias desde el estómago.
• Trastornos del sistema inmunológico o enfermedades intestinales crónicas, como la enfermedad celíaca o el síndrome del intestino irritable.
El SIBO puede manifestarse con síntomas muy inespecíficos, lo que a veces dificulta su diagnóstico. Algunos de los signos más frecuentes en niños incluyen:
• Dolor o distensión abdominal recurrente.
• Gases y flatulencia frecuentes.
• Diarrea o, en otros casos, estreñimiento.
• Sensación de saciedad precoz.
• Náuseas o mal aliento.
• Falta de apetito.
• En algunos casos, pérdida de peso o déficit en el crecimiento, si hay una mala absorción de nutrientes.
Dado que estos síntomas también aparecen en otras afecciones gastrointestinales, es importante una evaluación médica adecuada.
El diagnóstico de SIBO en niños suele hacerse mediante la prueba del aliento con lactulosa o glucosa. Este test consiste en medir los niveles de hidrógeno y metano en el aliento del niño tras ingerir una solución específica. Estos gases se producen cuando las bacterias fermentan los azúcares en el intestino y pasan a la sangre, para luego ser eliminados por los pulmones.
Aunque no es una prueba perfecta, es no invasiva y bastante útil en el contexto clínico. En algunos casos complejos, puede ser necesario realizar otros estudios complementarios.
El tratamiento del SIBO en niños debe individualizarse en función de la causa subyacente y la edad del paciente. En general, puede incluir:
• Antibióticos específicos: para reducir el exceso de bacterias. Se usan durante un periodo corto bajo prescripción médica.
• Cambios dietéticos: en algunos casos se recomiendan dietas bajas en ciertos tipos de azúcares fermentables (como la dieta FODMAP), aunque esto debe ser guiado por un profesional.
• Probióticos: en determinados casos se utilizan para ayudar a reequilibrar la microbiota intestinal, aunque su uso en el SIBO infantil aún está en estudio.
• Tratar la causa principal: por ejemplo, mejorar la motilidad intestinal o corregir alteraciones anatómicas si las hay.
Es importante no autodiagnosticar ni iniciar tratamientos sin supervisión médica, ya que el abordaje del SIBO puede ser complejo y requiere seguimiento pediátrico.
Si no se identifica y trata, el SIBO puede provocar deficiencias nutricionales (especialmente de hierro, vitaminas del grupo B y grasas), retraso en el crecimiento y un deterioro importante en la calidad de vida del niño debido a las molestias digestivas persistentes.
Además, el sobrecrecimiento bacteriano puede dañar la mucosa intestinal, empeorar otras enfermedades gastrointestinales y afectar el equilibrio de la microbiota a largo plazo.
En algunos casos, el SIBO aparece como consecuencia de condiciones médicas de base, por lo que no siempre puede prevenirse. Sin embargo, hay medidas que pueden ayudar a mantener una buena salud digestiva:
• Evitar el uso innecesario o prolongado de antibióticos.
• Promover una alimentación equilibrada y rica en fibra.
• Favorecer un estilo de vida activo y saludable que mantenga una buena motilidad intestinal.
• Consultar con el pediatra si el niño tiene síntomas digestivos persistentes, sobre todo si afectan su crecimiento o bienestar diario.
El SIBO es una condición que, aunque más comúnmente conocida en adultos, también puede afectar a los niños. Reconocer sus síntomas y buscar atención médica especializada es clave para evitar complicaciones y mejorar la calidad de vida del niño. Con un diagnóstico adecuado y un tratamiento individualizado, la mayoría de los casos pueden controlarse de forma eficaz.
Ante dudas persistentes, dolor abdominal frecuente o cambios digestivos sin causa aparente, no dudes en consultar con tu pediatra.
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