Con la llegada del otoño, muchas familias se preparan para el cambio al horario de invierno, que en 2025 tendrá lugar la madrugada del domingo 26 de octubre. Esa noche, a las 3:00 de la madrugada, los relojes deberán atrasarse una hora, volviendo a marcar las 2:00. Aunque este ajuste puede parecer pequeño, puede afectar especialmente al bienestar de los niños y bebés.
Esto se debe a que el cuerpo de los más pequeños es mucho más sensible a las alteraciones de horarios y rutinas. Su reloj biológico, que regula funciones como el sueño, el apetito o el estado de ánimo, necesita estabilidad. Por eso, incluso una hora de diferencia puede tener consecuencias visibles durante varios días.
Los adultos también notamos el cambio de hora, pero solemos adaptarnos con más facilidad. Los niños, en cambio, son más sensibles a las rutinas. Su cuerpo funciona con patrones de sueño, alimentación y actividad muy estables, y cualquier cambio, incluso de solo una hora, puede desajustar ese equilibrio.
Además, su sistema nervioso aún está en desarrollo, y eso hace que les cueste más adaptarse a los cambios bruscos en los ritmos circadianos, que son los encargados de regular funciones básicas como el sueño, la temperatura corporal o la producción de hormonas.
Los efectos del cambio de hora suelen notarse sobre todo en los primeros días. Algunos niños no presentan ninguna alteración, pero otros pueden experimentar:
Dificultad para dormir o para conciliar el sueño
Despertares más tempranos de lo habitual
Irritabilidad, cambios de humor o rabietas sin causa aparente
Pérdida de apetito o hambre a “deshoras”
Somnolencia durante el día o baja energía
Problemas de concentración en el cole
Este tipo de alteraciones son temporales y suelen resolverse en menos de una semana, pero pueden ser molestos tanto para los niños como para los padres.
Bebés y niños pequeños: los menores de 5 años son los más sensibles, ya que dependen totalmente de sus rutinas para regularse.
Niños con trastornos del sueño o del desarrollo: cualquier cambio puede afectar más intensamente si ya hay dificultades previas.
Niños con horarios muy estructurados: por ejemplo, aquellos que siempre se acuestan y levantan a la misma hora sin excepciones.
Aquí van algunos consejos prácticos para que el cambio de hora sea lo menos traumático posible:
1. La AEP recomienda adelantar o atrasar el horario gradualmente
Si puedes, empieza a cambiar las rutinas unos días antes del cambio oficial. Retrasa las comidas, baños y la hora de dormir en bloques de 10-15 minutos cada día. Así, el cuerpo se va adaptando poco a poco y no de golpe.
2. Aprovecha la luz natural
La luz solar es el regulador natural del reloj interno. Intenta que el niño pase tiempo al aire libre por la mañana y evita pantallas al final del día. Si todavía hay luz cuando toca acostarse, atenúa las luces de casa para favorecer la producción de melatonina.
3. Mantén la rutina nocturna
No improvises. La rutina previa al sueño (baño, cena, cuento...) debe mantenerse igual cada día. Eso da seguridad al niño y le ayuda a relajarse, incluso si su cuerpo “piensa” que no es hora de dormir.
4. Cuida la alimentación y evita excitantes
Evita cenas muy copiosas o alimentos que estimulen al niño, como chocolate o refrescos con cafeína. Una cena ligera, con alimentos ricos en triptófano (como plátano o leche), puede favorecer un descanso más profundo.
5. Ten paciencia
Es normal que el niño esté más irritable o cansado durante los primeros días. No pasa nada si tarda unos días en ajustarse: su reloj biológico está haciendo su trabajo. Evita los castigos o enfados por dormirse más tarde o estar más inquieto.
Referencias: